Publicado en Opinión el lunes 2 de abril de 2008
En estos 95 años de presencia oficial de la Morenada de los
Cocanis en el espacio festivo de Oruro, la configuración cultural de la ciudad
y del país se ha ido modificando poco a poco a ritmo de morenada. Actualmente
calles, avenidas y grandes espacios de espectáculo en Bolivia, y más allá de
ella, contienen la insurgencia festiva interpeladora que los Morenos Cocanis
instalaron en nuestra memoria histórica y que no muchos la conocen a cabalidad.
Se trata de un recorrido histórico al son de matracas que, de
ser marginado, discriminado y negado —pero también instrumentalizado— de
pronto, al iniciar la década de los noventa del Siglo XX, irrumpió en el
espacio festivo con el grito de reivindicación de la identidad Cocani. Las
contradicciones de un proyecto político colonial global y estatal se estaban
poniendo en evidencia de un modo muy particular en la ciudad de Oruro. Mientras
en el continente se articulaba un discurso de reivindicación de los indígenas
en relación a los 500 años de Conquista, en Oruro los Cocanis posicionaban dignamente
su identidad y su milenaria relación ritual con la hoja de coca e interpelaban
políticas de Estado que optaban por su erradicación.
En
aquellos años, a nivel nacional, se realizaban gestiones para la eliminación
forzada de la hoja de coca como parte de la política de erradicación desde los EE.
UU., monitoreada desde la Embajada del mismo país y controlada por la DEA en
Bolivia. A nivel local, en Oruro, los Cocanis la reivindicaban como símbolo de
una identidad que, en apronte, gritaba la descolonización. Así, la idea de
“hoja sagrada” y su “horizonte de sentido” empezaron a hacerse evidentes en
diferentes estratos de la población de Oruro y de Bolivia. De la mano de los
Cocanis, en las calles, al son de varias canciones compuestas por José “Jach’a”
Flores, la población masivamente se identificaba con la lucha de aquellos. El
eco más sonoro de aquella época se cantaba a coro: “Coca no es cocaína, coca no
es cocaína. ¡Coca es la hoja sagrada!”
Actualmente,
en muchos lugares en los que las matracas marcan el ritmo marcial de la
Morenada, este acontecimiento se ha borrado de las memorias de las nuevas
generaciones de participantes. Por eso quiero aprovechar la oportunidad para
agradecer a los Cocanis por su empuje, su dignidad y aquella lucha de
reivindicación cultural que iniciaron y sostuvieron a fines del siglo pasado.
Pero además quiero remarcar la importancia de su recuerdo y su difusión, porque
la Morenada es danza, es fe, es fiesta, pero también es dignidad e identidad...
¡Jallalla Cocanis!
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