“La ceguera biológica impide ver,
la ceguera ideológica impide pensar”
Octavio Paz
Vamos a denominar razonamiento salvaje a un componente de
la Razón moderna, aquel que sirvió para instalar los dispositivos de
jerarquización de las prácticas y las representaciones que sellaron la mentalidad
colonial en el siglo XVI, en nuestro continente y también en la región andina. Este
razonamiento salvaje, que en la
actualidad se sostiene con la misma fuerza que en siglos atrás, fue uno de los
precursores de la razón moderna y ha servido, y todavía sirve, para reproducir
cierto tipo de comportamiento que contradice el supuesto sentido racional de
aquella Razón, es decir, pone en evidencia su irracionalidad (Hinkelammert,
1996), entonces es una razón irracional.
Este componente, el razonamiento salvaje, que tuvo su
proceso germinal en las guerras españolas contra los moros y se consolidó
llegando a estas tierras en su despliegue a lo largo y ancho de nuestro
continente, es graficado muy bien por Enrique Dussel en su libro “1492 El
encubrimiento del otro” (1994). En este trabajo se hace referencia a la figura del
ego conquiro, el ser conquistador, este
fue el sujeto que la primera modernidad produjo, desde su sed de conquista. Una
conquista en la que se cometieron crímenes y torturas, se realizaron
violaciones a mujeres, se instaló trabajo esclavizado y se saquearon materias
primas, que sirvieron para el surgimiento del capitalismo europeo global.
En este contexto, la figura del ego conquiro, que desplego aquellas
acciones a su libre albedrío, fue encarnada en el norte por Hernán Cortez y
desde Panamá hacia el sur por Francisco Pizarro. Estos son dos personajes
representativos de la subjetividad colonial, que fue instalada durante el siglo
XVI a lo largo de Norte, Centro y Sur América y reproducida por la totalidad de
españoles, que asumieron la misión de conquista como suya. Tal despliegue
necesitaba de una narrativa que, al mismo tiempo que encubra las atrocidades
desplegadas, pueda producir su legitimidad.
La naciente Modernidad, marcada
por el Renacimiento europeo, desde el razonamiento
salvaje, inició la producción de aquella narrativa. Francisco de Vitoria se
ocupó de argumentar la legalidad de la muerte de indígenas, para
justificar la violencia y la guerra contra los “indios”, utilizando de
modo alternado y contradictorio la Ley natural, la Ley divina y el
Derecho de gentes. Por otra parte, la circunstancia histórica obligó a
los europeos a reevaluar el concepto de humanidad, en un debate entre Jinés de
Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, en Valladolid. El fallo respaldaría la
posición de Las Casas, “los indios tienen alma”, ese era el Renacimiento; pero
las políticas de la Corona en América asumirían la posición de Sepúlveda, "los indios no son seres humanos" ese
era: “El lado más oscuro del Renacimiento” (Mignolo, 1995), ese era el razonamiento salvaje.
Así, mientras en Europa la
modernidad producía la superación del oscurantismo, en nuestro continente se
estaba desplegando lo más tenebroso que tenía el Renacimiento. Se modificaron
los sistemas de representación a partir de la transformación o anulación de los
lenguajes y se manipularon los contenidos de la memoria. Pero, todo esto sería
encubierto por la narrativa colonial.
Aquella narrativa se fue
modificando con las nuevas transformaciones. El ego conquiro se legitimaba con el relato cristiano, del mismo modo que
un tiempo después el ego cogito se
legitimará con el relato hegeliano, reforzado desde la visión evolucionista de
la naciente antropología, que recaerá en el darwinismo social. Este contexto,
el siglo XIX, servirá para que desde Europa y su razonamiento salvaje, en base al conocimiento científico, se
clasifique al resto de la humanidad con los denominativos de bárbaros o
salvajes. Es decir, como inferiores o muy inferiores a los europeos.
Entonces, ante el relato
cristiano o el hegeliano matizado con el evolucionismo, africanos, asiáticos o
americanos no tenían nada que decir y fueron convertidos en los sin voz, ya sea
porque no eran cristianos, o porque no podían ser los civilizados. Ellos fueron
clasificados con y desde el lenguaje de los colonizadores, de los dominadores, con
los siguientes calificativos: indios, idólatras, apóstatas, herejes, estos eran
los que deberían ser convertidos en fieles. Con el tiempo, aquellas
denominaciones colonizadoras también se fueron adaptando. De la mano de la
ciencia, las nuevas formas de nombrar lo no Europeo, incluirán a salvajes y
vándalos, junto a sus formas de organizarse que fueron nombradas como: hordas o
huestes.
Más adelante, este razonamiento salvaje se fue
actualizando. Para el siglo XXI la dominación empezó a utilizar nuevas formas
de nombrar, desde el poder global de la modernidad colonial. George W. Bush en
2001, luego del episodio de las Torres Gemelas, empezó a utilizar nuevamente el
discurso teológico al calificar como el eje del mal a los países de Asia, para
posteriormente incluir a Venezuela. Desde aquel momento el Dios de los “buenos”
volvió a asumir el protagonismo para destruir al Dios de los “malos” y con esto,
a través de los conflictos armados, producir la muerte justificada de grandes cantidades de seres humanos.
Aquel episodio, el de las Torres
Gemelas, inició un lento pero sostenido retorno del oscurantismo Europeo, esta
vez liderado por los Estados Unidos. Esto fue produciendo el debilitamiento de
la perspectiva histórica y, cada vez más, sobre todo en los discursos y las
decisiones políticas, el relato hegeliano fue perdiendo importancia. A partir
de aquel hecho, nuevos denominativos se sumaron a los anteriores modos de
nombrar y, así como en el siglo XVI idólatras, apóstatas y herejes fueron
perseguidos, castigados y eliminados; ahora los que no se acomodan a lo
establecido por el poder global, también son perseguidos, castigados y
asesinados, pero esta vez por subversivos, sediciosos y terroristas.
Por ello, no debe extrañarnos que la población que disienta con las
políticas de la modernidad colonial occidental sea asesinada, apresada,
torturada o perseguida; el caso de Julian Assange es emblemático en este tiempo.
El razonamiento salvaje, instalado en
el siglo XVI en los Andes, está más vigente que nunca en Bolivia, en el
continente y en el Mundo. La aberrante actuación de Donald Trump en el Medio
Oriente en estos días y su obsesiva actitud por imponer la “Teología del
Mercado Total” (Hinkelammert, 1992) es el claro ejemplo. El resto, los bolsonaros, los macris, los
piñeras y los demás, no son más que impostores en actitud de remedo de su líder,
que balbuceantes, superando apenas el tartamudeo impotente, mencionan las
palabras libertad y democracia, para ejercer el crimen y el saqueo.
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