martes, 7 de enero de 2020

EL RAZONAMIENTO SALVAJE


“La ceguera biológica impide ver,
la ceguera ideológica impide pensar”
Octavio Paz



 
Vamos a denominar razonamiento salvaje a un componente de la Razón moderna, aquel que sirvió para instalar los dispositivos de jerarquización de las prácticas y las representaciones que sellaron la mentalidad colonial en el siglo XVI, en nuestro continente y también en la región andina. Este razonamiento salvaje, que en la actualidad se sostiene con la misma fuerza que en siglos atrás, fue uno de los precursores de la razón moderna y ha servido, y todavía sirve, para reproducir cierto tipo de comportamiento que contradice el supuesto sentido racional de aquella Razón, es decir, pone en evidencia su irracionalidad (Hinkelammert, 1996), entonces es una razón irracional.
Este componente, el razonamiento salvaje, que tuvo su proceso germinal en las guerras españolas contra los moros y se consolidó llegando a estas tierras en su despliegue a lo largo y ancho de nuestro continente, es graficado muy bien por Enrique Dussel en su libro “1492 El encubrimiento del otro” (1994). En este trabajo se hace referencia a la figura del ego conquiro, el ser conquistador, este fue el sujeto que la primera modernidad produjo, desde su sed de conquista. Una conquista en la que se cometieron crímenes y torturas, se realizaron violaciones a mujeres, se instaló trabajo esclavizado y se saquearon materias primas, que sirvieron para el surgimiento del capitalismo europeo global.
En este contexto, la figura del ego conquiro, que desplego aquellas acciones a su libre albedrío, fue encarnada en el norte por Hernán Cortez y desde Panamá hacia el sur por Francisco Pizarro. Estos son dos personajes representativos de la subjetividad colonial, que fue instalada durante el siglo XVI a lo largo de Norte, Centro y Sur América y reproducida por la totalidad de españoles, que asumieron la misión de conquista como suya. Tal despliegue necesitaba de una narrativa que, al mismo tiempo que encubra las atrocidades desplegadas, pueda producir su legitimidad.
La naciente Modernidad, marcada por el Renacimiento europeo, desde el razonamiento salvaje, inició la producción de aquella narrativa. Francisco de Vitoria se ocupó de argumentar la legalidad de la muerte de indígenas, para justificar la violencia y la guerra contra los “indios”, utilizando de modo alternado y contradictorio la Ley natural, la Ley divina y el Derecho de gentes. Por otra parte, la circunstancia histórica obligó a los europeos a reevaluar el concepto de humanidad, en un debate entre Jinés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, en Valladolid. El fallo respaldaría la posición de Las Casas, “los indios tienen alma”, ese era el Renacimiento; pero las políticas de la Corona en América asumirían la posición de Sepúlveda, "los indios no son seres humanos" ese era: “El lado más oscuro del Renacimiento” (Mignolo, 1995), ese era el razonamiento salvaje.
Así, mientras en Europa la modernidad producía la superación del oscurantismo, en nuestro continente se estaba desplegando lo más tenebroso que tenía el Renacimiento. Se modificaron los sistemas de representación a partir de la transformación o anulación de los lenguajes y se manipularon los contenidos de la memoria. Pero, todo esto sería encubierto por la narrativa colonial.
Aquella narrativa se fue modificando con las nuevas transformaciones. El ego conquiro se legitimaba con el relato cristiano, del mismo modo que un tiempo después el ego cogito se legitimará con el relato hegeliano, reforzado desde la visión evolucionista de la naciente antropología, que recaerá en el darwinismo social. Este contexto, el siglo XIX, servirá para que desde Europa y su razonamiento salvaje, en base al conocimiento científico, se clasifique al resto de la humanidad con los denominativos de bárbaros o salvajes. Es decir, como inferiores o muy inferiores a los europeos.
Entonces, ante el relato cristiano o el hegeliano matizado con el evolucionismo, africanos, asiáticos o americanos no tenían nada que decir y fueron convertidos en los sin voz, ya sea porque no eran cristianos, o porque no podían ser los civilizados. Ellos fueron clasificados con y desde el lenguaje de los colonizadores, de los dominadores, con los siguientes calificativos: indios, idólatras, apóstatas, herejes, estos eran los que deberían ser convertidos en fieles. Con el tiempo, aquellas denominaciones colonizadoras también se fueron adaptando. De la mano de la ciencia, las nuevas formas de nombrar lo no Europeo, incluirán a salvajes y vándalos, junto a sus formas de organizarse que fueron nombradas como: hordas o huestes.
Más adelante, este razonamiento salvaje se fue actualizando. Para el siglo XXI la dominación empezó a utilizar nuevas formas de nombrar, desde el poder global de la modernidad colonial. George W. Bush en 2001, luego del episodio de las Torres Gemelas, empezó a utilizar nuevamente el discurso teológico al calificar como el eje del mal a los países de Asia, para posteriormente incluir a Venezuela. Desde aquel momento el Dios de los “buenos” volvió a asumir el protagonismo para destruir al Dios de los “malos” y con esto, a través de los conflictos armados, producir la muerte justificada de grandes cantidades de seres humanos.
Aquel episodio, el de las Torres Gemelas, inició un lento pero sostenido retorno del oscurantismo Europeo, esta vez liderado por los Estados Unidos. Esto fue produciendo el debilitamiento de la perspectiva histórica y, cada vez más, sobre todo en los discursos y las decisiones políticas, el relato hegeliano fue perdiendo importancia. A partir de aquel hecho, nuevos denominativos se sumaron a los anteriores modos de nombrar y, así como en el siglo XVI idólatras, apóstatas y herejes fueron perseguidos, castigados y eliminados; ahora los que no se acomodan a lo establecido por el poder global, también son perseguidos, castigados y asesinados, pero esta vez por subversivos, sediciosos y terroristas.
Por ello, no debe extrañarnos que la población que disienta con las políticas de la modernidad colonial occidental sea asesinada, apresada, torturada o perseguida; el caso de Julian Assange es emblemático en este tiempo. El razonamiento salvaje, instalado en el siglo XVI en los Andes, está más vigente que nunca en Bolivia, en el continente y en el Mundo. La aberrante actuación de Donald Trump en el Medio Oriente en estos días y su obsesiva actitud por imponer la “Teología del Mercado Total” (Hinkelammert, 1992) es el claro ejemplo. El resto, los bolsonaros, los macris, los piñeras y los demás, no son más que impostores en actitud de remedo de su líder, que balbuceantes, superando apenas el tartamudeo impotente, mencionan las palabras libertad y democracia, para ejercer el crimen y el saqueo.

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