A partir de
considerarnos sujetos, asumimos un lugar para el estar del ser en esta
vida y proyectamos horizonte, antes
de eso somos asumidos por otros, desde su ser,
ajeno al nuestro y desde su horizonte,
distinto al de nuestras vidas. Tal vez por eso lo central de la Morenada no era
Cocani y su horizonte, no era el centro,
del poder, del ego, del individuo solipsista, el que vaciaba nuestras vidas.
Por ello,
cuando “el Buho”, don Félix Cayoja Copa, cuenta que en 1992 “decidimos
denominarnos Cocani”, nuestro estar
encontró su ser y se proyectó un horizonte
de sentido para la vida, desafiando a un tiempo y espacio establecidos. Así,
desde la lógica del yanantin, insurgente,
los de arriba y los de abajo, no solamente descentraron el centro, sino que lo
desplazaron, como taypi para el tinkuy.
Y se puso
en evidencia la dicotomía centro-periferia relacionada con el espacio, ese que nos
remonta a la lógica del sujeto racional, que orienta el tiempo desde el
presente hacia el futuro. Entonces cuando el ser ajeno, desde su horizonte racional orienta nuestras vidas,
nuestro pasado desaparece, porque sólo le interesa el presente y el futuro. Entonces,
nuestros ajayus, fracturados, sin un
pasado, se incomodan, se exaltan, se alborotan, el espacio se conflictúa, el
tiempo se acelera y el presente se vuelve intenso.
Pero,
cuando los presentes son intensos, a veces, se sostienen en el tiempo y el
futuro deja de ser incierto y las personas que conjuraron aquel presente
intenso cambian la historia, producen horizontes de sentido posible para los
“presentes futuros” y se convierten en héroes, como todos y todas a las que se
nombra en este libro, aquellos y aquellas que enfrentaron al sujeto racional
desde la lógica del yanantin y,
llegado el momento, asumieron la ch’axwa
como posibilidad insurgente.
Todo
eso nos está contando: “Cocani, más allá de la Morenada Central”. Nos muestra
un presente intenso, el de 1992, que sigue latiendo vertiginosamente, como
aquella noche en la que cerraron trato con don Sinforiano, de la Poopó. Para
que, por la insurgencia de la Comunidad Cocani, se constituya el sujeto festivo, desde nuestros pasados,
traídos de Cairiri, Paruta, Puchu, Jajnuni, Agua
Rica y Yacariri, como cuenta David. Así, siendo Cocani o sin
serlo, pero con respeto profundo, nos encontramos al lado de la “Mama Coca”. A pesar de todo, a pesar de
ese ser ajeno, que no conoce la
práctica del ayni, ni la lógica del yanantin, incrustado todavía hoy en la
comunidad Cocani.
Años
después, el pasado, el de la cámara
Hasselblad modelo 500 CM del año 1956 y el de las películas Kodak
e Ilford (120), volvieron a reflejar tejidos de lana de vicuña; chales, mantillas, ponchos y
matracas, que nos cantan, siempre junto al Jach’a,
“coca no es cocaína, coca no es cocaína”. Porque desde
el ojo terco y la mirada profunda de Diego Echevers, como memoria obstinada, testaruda,
tozuda, pero también tenaz, cerrando el primer cuarto del siglo XXI, el
horizonte de sentido Cocani y su
historia ancestral, nos habla y nos interpela, con la intención de trascender al
sujeto racional, que nos inunda con imágenes digitales, con tejidos
artificiales y con administraciones corruptas.
Por todo esto, muchas gracias a todos y todas los y las que hicieron posible la Comunidad Cocani en Oruro, pero también gracias a los que están haciendo posible la existencia física de “Cocani, más allá de la Morenada Central”, porque leerlo o mirarlo, servirá para evitar extravíos y ayudará a pensar un nuevo presente, desde la práctica del ayni y la lógica del yanantin, por los próximos cien años.
¡Jallalla Cocani!