miércoles, 31 de enero de 2024

Diego Echevers: El ojo terco y la mirada profunda

 


A partir de considerarnos sujetos, asumimos un lugar para el estar del ser en esta vida y proyectamos horizonte, antes de eso somos asumidos por otros, desde su ser, ajeno al nuestro y desde su horizonte, distinto al de nuestras vidas. Tal vez por eso lo central de la Morenada no era Cocani y su horizonte, no era el centro, del poder, del ego, del individuo solipsista, el que vaciaba nuestras vidas.

Por ello, cuando “el Buho”, don Félix Cayoja Copa, cuenta que en 1992 “decidimos denominarnos Cocani”, nuestro estar encontró su ser y se proyectó un horizonte de sentido para la vida, desafiando a un tiempo y espacio establecidos. Así, desde la lógica del yanantin, insurgente, los de arriba y los de abajo, no solamente descentraron el centro, sino que lo desplazaron, como taypi para el tinkuy.

Y se puso en evidencia la dicotomía centro-periferia relacionada con el espacio, ese que nos remonta a la lógica del sujeto racional, que orienta el tiempo desde el presente hacia el futuro. Entonces cuando el ser ajeno, desde su horizonte racional orienta nuestras vidas, nuestro pasado desaparece, porque sólo le interesa el presente y el futuro. Entonces, nuestros ajayus, fracturados, sin un pasado, se incomodan, se exaltan, se alborotan, el espacio se conflictúa, el tiempo se acelera y el presente se vuelve intenso.

Pero, cuando los presentes son intensos, a veces, se sostienen en el tiempo y el futuro deja de ser incierto y las personas que conjuraron aquel presente intenso cambian la historia, producen horizontes de sentido posible para los “presentes futuros” y se convierten en héroes, como todos y todas a las que se nombra en este libro, aquellos y aquellas que enfrentaron al sujeto racional desde la lógica del yanantin y, llegado el momento, asumieron la ch’axwa como posibilidad insurgente.

Todo eso nos está contando: “Cocani, más allá de la Morenada Central”. Nos muestra un presente intenso, el de 1992, que sigue latiendo vertiginosamente, como aquella noche en la que cerraron trato con don Sinforiano, de la Poopó. Para que, por la insurgencia de la Comunidad Cocani, se constituya el sujeto festivo, desde nuestros pasados, traídos de Cairiri, Paruta, Puchu, Jajnuni, Agua Rica y Yacariri, como cuenta David. Así, siendo Cocani o sin serlo, pero con respeto profundo, nos encontramos al lado de la “Mama Coca”. A pesar de todo, a pesar de ese ser ajeno, que no conoce la práctica del ayni, ni la lógica del yanantin, incrustado todavía hoy en la comunidad Cocani.

Años después, el pasado, el de la cámara Hasselblad modelo 500 CM del año 1956 y el de las películas Kodak e Ilford (120), volvieron a reflejar tejidos de lana de vicuña; chales, mantillas, ponchos y matracas, que nos cantan, siempre junto al Jach’a, “coca no es cocaína, coca no es cocaína”. Porque desde el ojo terco y la mirada profunda de Diego Echevers, como memoria obstinada, testaruda, tozuda, pero también tenaz, cerrando el primer cuarto del siglo XXI, el horizonte de sentido Cocani y su historia ancestral, nos habla y nos interpela, con la intención de trascender al sujeto racional, que nos inunda con imágenes digitales, con tejidos artificiales y con administraciones corruptas.

Por todo esto, muchas gracias a todos y todas los y las que hicieron posible la Comunidad Cocani en Oruro, pero también gracias a los que están haciendo posible la existencia física de “Cocani, más allá de la Morenada Central”, porque leerlo o mirarlo, servirá para evitar extravíos y ayudará a pensar un nuevo presente, desde la práctica del ayni y la lógica del yanantin, por los próximos cien años.

¡Jallalla Cocani!

martes, 7 de enero de 2020

EL RAZONAMIENTO SALVAJE


“La ceguera biológica impide ver,
la ceguera ideológica impide pensar”
Octavio Paz



 
Vamos a denominar razonamiento salvaje a un componente de la Razón moderna, aquel que sirvió para instalar los dispositivos de jerarquización de las prácticas y las representaciones que sellaron la mentalidad colonial en el siglo XVI, en nuestro continente y también en la región andina. Este razonamiento salvaje, que en la actualidad se sostiene con la misma fuerza que en siglos atrás, fue uno de los precursores de la razón moderna y ha servido, y todavía sirve, para reproducir cierto tipo de comportamiento que contradice el supuesto sentido racional de aquella Razón, es decir, pone en evidencia su irracionalidad (Hinkelammert, 1996), entonces es una razón irracional.
Este componente, el razonamiento salvaje, que tuvo su proceso germinal en las guerras españolas contra los moros y se consolidó llegando a estas tierras en su despliegue a lo largo y ancho de nuestro continente, es graficado muy bien por Enrique Dussel en su libro “1492 El encubrimiento del otro” (1994). En este trabajo se hace referencia a la figura del ego conquiro, el ser conquistador, este fue el sujeto que la primera modernidad produjo, desde su sed de conquista. Una conquista en la que se cometieron crímenes y torturas, se realizaron violaciones a mujeres, se instaló trabajo esclavizado y se saquearon materias primas, que sirvieron para el surgimiento del capitalismo europeo global.
En este contexto, la figura del ego conquiro, que desplego aquellas acciones a su libre albedrío, fue encarnada en el norte por Hernán Cortez y desde Panamá hacia el sur por Francisco Pizarro. Estos son dos personajes representativos de la subjetividad colonial, que fue instalada durante el siglo XVI a lo largo de Norte, Centro y Sur América y reproducida por la totalidad de españoles, que asumieron la misión de conquista como suya. Tal despliegue necesitaba de una narrativa que, al mismo tiempo que encubra las atrocidades desplegadas, pueda producir su legitimidad.
La naciente Modernidad, marcada por el Renacimiento europeo, desde el razonamiento salvaje, inició la producción de aquella narrativa. Francisco de Vitoria se ocupó de argumentar la legalidad de la muerte de indígenas, para justificar la violencia y la guerra contra los “indios”, utilizando de modo alternado y contradictorio la Ley natural, la Ley divina y el Derecho de gentes. Por otra parte, la circunstancia histórica obligó a los europeos a reevaluar el concepto de humanidad, en un debate entre Jinés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas, en Valladolid. El fallo respaldaría la posición de Las Casas, “los indios tienen alma”, ese era el Renacimiento; pero las políticas de la Corona en América asumirían la posición de Sepúlveda, "los indios no son seres humanos" ese era: “El lado más oscuro del Renacimiento” (Mignolo, 1995), ese era el razonamiento salvaje.
Así, mientras en Europa la modernidad producía la superación del oscurantismo, en nuestro continente se estaba desplegando lo más tenebroso que tenía el Renacimiento. Se modificaron los sistemas de representación a partir de la transformación o anulación de los lenguajes y se manipularon los contenidos de la memoria. Pero, todo esto sería encubierto por la narrativa colonial.
Aquella narrativa se fue modificando con las nuevas transformaciones. El ego conquiro se legitimaba con el relato cristiano, del mismo modo que un tiempo después el ego cogito se legitimará con el relato hegeliano, reforzado desde la visión evolucionista de la naciente antropología, que recaerá en el darwinismo social. Este contexto, el siglo XIX, servirá para que desde Europa y su razonamiento salvaje, en base al conocimiento científico, se clasifique al resto de la humanidad con los denominativos de bárbaros o salvajes. Es decir, como inferiores o muy inferiores a los europeos.
Entonces, ante el relato cristiano o el hegeliano matizado con el evolucionismo, africanos, asiáticos o americanos no tenían nada que decir y fueron convertidos en los sin voz, ya sea porque no eran cristianos, o porque no podían ser los civilizados. Ellos fueron clasificados con y desde el lenguaje de los colonizadores, de los dominadores, con los siguientes calificativos: indios, idólatras, apóstatas, herejes, estos eran los que deberían ser convertidos en fieles. Con el tiempo, aquellas denominaciones colonizadoras también se fueron adaptando. De la mano de la ciencia, las nuevas formas de nombrar lo no Europeo, incluirán a salvajes y vándalos, junto a sus formas de organizarse que fueron nombradas como: hordas o huestes.
Más adelante, este razonamiento salvaje se fue actualizando. Para el siglo XXI la dominación empezó a utilizar nuevas formas de nombrar, desde el poder global de la modernidad colonial. George W. Bush en 2001, luego del episodio de las Torres Gemelas, empezó a utilizar nuevamente el discurso teológico al calificar como el eje del mal a los países de Asia, para posteriormente incluir a Venezuela. Desde aquel momento el Dios de los “buenos” volvió a asumir el protagonismo para destruir al Dios de los “malos” y con esto, a través de los conflictos armados, producir la muerte justificada de grandes cantidades de seres humanos.
Aquel episodio, el de las Torres Gemelas, inició un lento pero sostenido retorno del oscurantismo Europeo, esta vez liderado por los Estados Unidos. Esto fue produciendo el debilitamiento de la perspectiva histórica y, cada vez más, sobre todo en los discursos y las decisiones políticas, el relato hegeliano fue perdiendo importancia. A partir de aquel hecho, nuevos denominativos se sumaron a los anteriores modos de nombrar y, así como en el siglo XVI idólatras, apóstatas y herejes fueron perseguidos, castigados y eliminados; ahora los que no se acomodan a lo establecido por el poder global, también son perseguidos, castigados y asesinados, pero esta vez por subversivos, sediciosos y terroristas.
Por ello, no debe extrañarnos que la población que disienta con las políticas de la modernidad colonial occidental sea asesinada, apresada, torturada o perseguida; el caso de Julian Assange es emblemático en este tiempo. El razonamiento salvaje, instalado en el siglo XVI en los Andes, está más vigente que nunca en Bolivia, en el continente y en el Mundo. La aberrante actuación de Donald Trump en el Medio Oriente en estos días y su obsesiva actitud por imponer la “Teología del Mercado Total” (Hinkelammert, 1992) es el claro ejemplo. El resto, los bolsonaros, los macris, los piñeras y los demás, no son más que impostores en actitud de remedo de su líder, que balbuceantes, superando apenas el tartamudeo impotente, mencionan las palabras libertad y democracia, para ejercer el crimen y el saqueo.

lunes, 18 de marzo de 2019

LA FIESTA Y LOS COCANIS

Publicado en Opinión el lunes 2 de abril de 2008
 



En estos 95 años de presencia oficial de la Morenada de los Cocanis en el espacio festivo de Oruro, la configuración cultural de la ciudad y del país se ha ido modificando poco a poco a ritmo de morenada. Actualmente calles, avenidas y grandes espacios de espectáculo en Bolivia, y más allá de ella, contienen la insurgencia festiva interpeladora que los Morenos Cocanis instalaron en nuestra memoria histórica y que no muchos la conocen a cabalidad.

Se trata de un recorrido histórico al son de matracas que, de ser marginado, discriminado y negado —pero también instrumentalizado— de pronto, al iniciar la década de los noventa del Siglo XX, irrumpió en el espacio festivo con el grito de reivindicación de la identidad Cocani. Las contradicciones de un proyecto político colonial global y estatal se estaban poniendo en evidencia de un modo muy particular en la ciudad de Oruro. Mientras en el continente se articulaba un discurso de reivindicación de los indígenas en relación a los 500 años de Conquista, en Oruro los Cocanis posicionaban dignamente su identidad y su milenaria relación ritual con la hoja de coca e interpelaban políticas de Estado que optaban por su erradicación.

En aquellos años, a nivel nacional, se realizaban gestiones para la eliminación forzada de la hoja de coca como parte de la política de erradicación desde los EE. UU., monitoreada desde la Embajada del mismo país y controlada por la DEA en Bolivia. A nivel local, en Oruro, los Cocanis la reivindicaban como símbolo de una identidad que, en apronte, gritaba la descolonización. Así, la idea de “hoja sagrada” y su “horizonte de sentido” empezaron a hacerse evidentes en diferentes estratos de la población de Oruro y de Bolivia. De la mano de los Cocanis, en las calles, al son de varias canciones compuestas por José “Jach’a” Flores, la población masivamente se identificaba con la lucha de aquellos. El eco más sonoro de aquella época se cantaba a coro: “Coca no es cocaína, coca no es cocaína. ¡Coca es la hoja sagrada!”

Actualmente, en muchos lugares en los que las matracas marcan el ritmo marcial de la Morenada, este acontecimiento se ha borrado de las memorias de las nuevas generaciones de participantes. Por eso quiero aprovechar la oportunidad para agradecer a los Cocanis por su empuje, su dignidad y aquella lucha de reivindicación cultural que iniciaron y sostuvieron a fines del siglo pasado. Pero además quiero remarcar la importancia de su recuerdo y su difusión, porque la Morenada es danza, es fe, es fiesta, pero también es dignidad e identidad... ¡Jallalla Cocanis!