lunes, 23 de abril de 2018

LA MÚSICA Y LA URGENCIA DE UNA LEY PARA LAS CULTURAS EN BOLIVIA






En su último concierto: “20 años. Hoy es siempre”, Ismael Serrano, cantautor español, decía: “La música a veces es silencio… ¿y ruido? … Aunque tengo la sensación de que últimamente hay demasiado ruido”. Charly García remarcaba: “lo que hay ahora es ritmo… pero le falta melodía y armonía”. Además, en los últimos años, esta práctica carece de poesía.

Hubo un tiempo en el que la música vendía productos que fueron resultado de procesos sostenidos y dinámicas serias de formación, por parte de sus actores. El pop, que surgió junto a luchas de reivindicación de la dignidad de la población afro en Estados Unidos, logró multiplicar exponencialmente la ganancia por la venta de música. Jóvenes que desde los 5 años habían iniciado una formación sólida en los coros de sus iglesias, expertos cantantes de góspel, se convirtieron en estrellas del pop. Entre otras estaban Diana Ross, Aretha Franklin, Donna Summer y Whitney Houston, además de Marvin Gaye y Ray Charles. Sin embargo, actualmente las transnacionales de la música nos venden a: Maluma, Shaquira, Daddy Yankee, Ricky Martin, Enrique Iglesias, Luis Fonsi y un largo etcétera. Estos, nos han puesto en los oídos aquel ruido al que Ismael Serrano hacía referencia.

En Bolivia, en el siglo XX, Alfredo Domínguez, Luzmila Carpio, los Jairas consolidaron propuestas novedosas, en medio de diversidad de ruidos. También surgieron los Ruphay, Wara, Savia Nueva, entre otros. Los Kjarkas se iniciaron en aquel contexto, pero su opción por la venta de mercancías derivó en la fetichización de su música. Al igual que los “malumas” y los “fonsis”, en Bolivia hay miles de “k’jarkas” que sueñan con fama y fortuna.

El ruido es parte del ambiente, no puede ser obviado. Pero a veces es vital luchar por la claridad del sonido pleno, sobre todo cuando se quiere construir valores. De esta claridad, encarnada en políticas culturales, depende qué tipo de pueblo queremos ser, qué tipo de sociedad queremos construir. Cuando se prioriza la noción de mercancía y se deja que el ruido invada todos nuestros rincones, el sentido de la vida se diluye en la obsesión por la mercancía.

De este modo en nuestro país, la inexistencia de políticas culturales ha destrozado la posibilidad de sonidos plenos. Por eso es que la urgencia de una ley para las culturas no se agota en la regulación del mercado de beneficios sociales, ni de regalías o derechos a espacios para las artes. Su importancia radica sobre todo en la recomposición del sentido de la vida, diluido en la obsesión por el consumo, y en su rescate del sinsentido impuesto por el Mercado Capitalista.

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