Publicado en La Ramona, Opinión el 6 de Marzo de 2016
El comportamiento de los grupos
humanos, su constitución como colectividades, sus formas de comunicación, sus
conflictos y todo lo que hace a su dinámica, ha sido una preocupación siempre
presente. Hace algunos siglos, como consecuencia del proceso colonial y la
invención del “salvaje”, se fue imponiendo como referencia otra invención lo
“civilizado”, que servía para posicionar a una minoría de humanos y a sus
logros, como modelo de vida; a partir de estas invenciones surgieron otras,
desarrollo, progreso etc. Pero, para que esto suceda tuvieron que recurrir a la
fuerza y a la violencia colonial y así se consolidó un patrón global de poder,
vigente hasta nuestros días.
En el siglo XIX el darwinismo
social se convirtió en el argumento válido para explicar las diferencias
humanas y así se fueron consolidando los estudios antropológicos que intentan
todavía comprender el comportamiento humano. Sus fundadores tampoco pudieron
desligarse de la dicotomía civilizado – salvaje (léase: Europeos – Resto del
Mundo); así surgieron construcciones sobre la “evolución” de la cultura desde
lo “salvaje” hacia lo “civilizado”, de la que el máximo representante es Lewis
Henry Morgan (1818-1881). Este fue el tiempo de la fundación de las repúblicas
en América del sur y de Bolivia también y fue éste espíritu el que sirvió para
fundar las Repúblicas Neocoloniales. Por esta razón y de manera naturalizada
aquellas Repúblicas reprodujeron la división establecida durante el proceso
colonial entre indios y españoles, sutilmente diferenciada entre mestizos y
pongos o colonos; es decir “indios”.
Así se constituyeron estructuras
de pensamiento que dividían a las sociedades republicanas entre mestizos e indios,
entendiendo a los primeros superiores y a los segundos inferiores. De este modo
se impuso la dominación colonial que al mismo tiempo fue consolidando una idea
de verdad que situaba en el nivel superior al hombre blanco europeo y a partir
de ese nivel se fueron construyendo los niveles inferiores en los cuales se
fueron situando a mujeres blancas, negros, indios, etc. Por eso se dice que el
proyecto colonial vigente atraviesa dimensiones de sexo, de género, de
generación, de raza, de clase y de culturas.
Fue desde esta pretensión de
verdad, “civilizada”, que se instituyeron valores y con estos se fueron
estructurando contenidos de educación para las escuelas, colegios y
universidades en todos nuestros países y en Bolivia también y es desde esta
estructura educativa que hemos salido formados profesionales, técnicos o
bachilleres en humanidades. Entonces son estos valores los que reproducimos al
comunicarnos con nuestros semejantes, por eso y a pesar de las nuevas leyes
contra el racismo y la discriminación, todavía es habitual escuchar en la calle:
“indio de m…” o ver pintadas las paredes con frases: “no más indios”, “fuera
indios”, etc. Solo que ahora las “calles” virtuales, es decir las “redes
sociales” se han visto inundadas de nuestra manera de reproducir los valores
aprehendidos a lo largo de nuestra historia colonial, todavía vigente.
Ahora el racismo cotidiano
desplegado en las calles, junto con otras taras, se ha trasladado a las redes
sociales y esto ha producido un debate sobre si se regula, norma, limita, etc.
el uso y la participación en estos espacios virtuales. Esto puede llevar a
pensar que el problema son las redes sociales, lo mismo que sucede cuando “el
cojo le echa la culpa al empedrado.
Sin embargo, fue durante la
primera mitad del siglo XX que el antropólogo francés Claude Leví-Strauss (1908
– 2009), a diferencia de los ingleses que se ocupaban de las estructuras y
redes sociales de las culturas africanas de principios del siglo XX, empezó a
utilizar la noción de estructura para referirse al pensamiento, en el que el
lenguaje estructura el modo en el que pensamos y es a partir de este modo de
pensar que somos lo que somos como colectivo cultural. Así, las relaciones
sociales dejaron de tener tanta importancia y las investigaciones no sólo que
priorizaron lo mental y los procesos mentales, sino que en la actualidad la
neurociencia es la ciencia de punta de la cual ninguna de las disciplinas pude
estar desligada.
Esto quiere decir, volviendo a la
metáfora anterior, que “la culpa no la tiene el empedrado” nuestras prácticas,
sean machistas, racistas, homofóbicas etc. son el reflejo de nuestras
representaciones culturales construidas a lo largo de nuestra historia. Si por
las circunstancias que nos ha tocado vivir hemos construido representaciones
racistas en nuestra mente, en la vida cotidiana seremos racistas y por supuesto
que en las redes sociales seremos racistas. Si hemos construido una idea de
verdad tremendamente debilitada en nuestra mente, es decir si la verdad no
tiene ningún valor en nuestras representaciones mentales, en nuestra vida
cotidiana tampoco las tendrá y, seguramente en las redes sociales podremos
inventar con facilidad historias falsas, es decir, será fácil mentir. Entonces
el problema no son las redes sociales, el problema son los circuitos neuronales
y las representaciones culturales que contienen. Por eso, desde nuestra
perspectiva, pensamos que el problema no es ni legal, ni tecnológico; el
problema es sobre todo educativo e histórico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario