Hace unos días en redes sociales, algunas personas, me “lapidaron”
por reconocer a la mujer y no a la madre del patriarca. Hoy, aquella
subjetividad depredadora, la patriarcal, la que ha colonizado hasta el último
rincón del planeta, vuelve en otro contexto; para lapidar, como en los inicios
de la era cristiana, cual hogueras de la Edad Media, para quemar la sabiduría
profunda de la vida, en sus portadoras, las mujeres. Vuelve, para destrozar a
alguien, no es raro, otra mujer, que desde su indignación nos está diciendo en
qué se ha convertido, mayoritariamente, el espacio y el tiempo de lo festivo en
Oruro.
Y, del mismo modo en el que crucificaron a quien, en su
tiempo, echó a los mercaderes del templo; se lapida y quema a quien muestra
cómo, los mismos mercaderes, se esfuerzan por transformar un proceso de
ritualización de la vida, en un espacio vaciado de contenidos, en el que se
pueda comerciar libremente con fetiches transitorios, al mejor estilo liberal.
No importa que junto a esta liberalización fetichizada se tejan inmensas redes
de corrupción, encubiertas claro, de la misma manera en la que las redes de la
pedofilia y el tráfico de armas se encubren desde altas esferas globales.
El tiempo de los fetiches que reina en las mentalidades
cavernarias impide vernos en lo que somos y este tiempo y esas mentalidades, de
manera sostenida, activan sus dispositivos y las lapidaciones vuelven, las
hogueras retornan, la cicuta se aplica nuevamente, como en la antigua Grecia.
Sin importar si el crucificado es el Mesías o las mentes creativas que intentan
hacernos ver más allá de nuestro ombligo.
De manera cíclica lo festivo nos está mostrando lo que
somos, como orureños, en nuestras miserias, en nuestras contradicciones y en
las frustraciones que como pueblo tenemos. ¿Qué hacemos con eso? ¿Las dejamos
así, por los siglos de los siglos? O ¿Tratamos de superarlas, de trascenderlas?
Es que hace ya tiempo, Oruro, de pensarse como “la enamorada del gringo y del
gitano”, se ha convertido, en la inquisidora de sus constructores y en el
refugio de sus destructores, encubiertos, claro. Aquella frase que Luis Mendizábal
Santa Cruz escribió sobre esta ciudad ha sido trastocada completamente.
Oruro ya no enamora, menos a gringos o gitanos. Es decir,
las élites que han copado los espacios de poder, desde hace años, se están
encargando de producir un sentido común del sin sentido, que destroza y nos
está destruyendo como pueblo, que no acepta críticas, es decir que no quiere
que superemos nuestras contradicciones, que nos quiere anclados en los tiempos
de la cicuta y de las hogueras.
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