La posibilidad de acceder a un “Anteproyecto de ley marco de culturas”, socializado en todo el país a través de la gestión de/con “redes culturales” realizada por “Telartes”, posibilita la crítica y la reflexión sobre el tema, pero, debería también producir la posibilidad de construcción conjunta. Es decir, más allá de encontrar aciertos, coherencias o falencias, vacíos y equívocos en aquel anteproyecto, sin descartarlos para la reflexión, deberíamos centrarnos en la posibilidad de que los contenidos de aquel documento jurídico puedan lograr aperturas e iniciar procesos de transformación de nuestra realidad colonial y colonizada por el actual patrón global de poder dominante en el planeta. Pensamos que aquellas aperturas y sus procesos deberían ser la finalidad de la “Ley de Culturas” en el contexto de una “Revolución Democrática Cultural”.
En
ese sentido, esta reflexión orienta la posibilidad de una apertura surgida de
la práctica festiva en todo el país, que
nos proyecta más allá de “la cultura”, para pensar los problemas de la dinámica intercultural y su relación con
el campo jurídico. Decimos que es apertura, justamente, porque nuestra
intención es mostrar la transición de una idea de “cultura” hacia otra, la
interculturalidad y su dinámica. La primera, arraigada y enraizada en nuestras
representaciones a lo largo de varios siglos, pluralizada en los últimos años
como “culturas” y sin ninguna intención de transformación real de las
representaciones que ha producido hasta ahora; la segunda, produciéndose en la
realidad pero sin formalización en los espacios académicos nos aparece todavía
como algo por construir. Se trata de una reflexión que orienta el vivir y el pensar
de la dinámica intercultural desde sus contradicciones y conflictos, para
lograr la transformación de las actuales representaciones que actúan como
“camisas de fuerza” en nuestro pensamiento. Al decir nuestro pensamiento me
refiero al de todos nosotros, intelectuales, “artistas”, gestores culturales,
pero sobre todo funcionarios de gobierno.
Aquella
transformación requiere comprender la complejidad de las relaciones
interculturales desde el presente complejo, en el que la política global y el
mercado transnacional actúan delimitando y definiendo los escenarios en los que
la idea de “cultura”, en este caso la que ha impuesto el patrón colonial de
poder, se sigue reproduciendo como representación universal; para que, una vez
detectados sus mecanismos y dispositivos de reproducción, se pueda generar la
producción de procesos alternativos distintos.
Pensamos
que, para que se entiendan las posibilidades de esta transformación es
necesario hacer ciertas aclaraciones de partida. En el primer caso la “cultura”,
en singular, ha sido comprendida como una entidad eminentemente humana,
construida a partir de procesos psico-biológicos, que sirve para el relacionamiento
entre humanos y de éstos con la naturaleza y lo sobrenatural. Aquello que
también produce la construcción de formas de organización entre humanos,
definiendo sistemas de creencias, modos de sensibilización desde y con el
entorno y lógicas de pensamiento y racionalidad; que sirven, además, para
establecer estructuras de relaciones y sistemas de representación aprehendidos
y compartidos socialmente.
Este
uso singular de la “cultura” ha recaído en una construcción desde un interés
político-hegemónico específico, en una idea universal de la misma; im-poniendo
los procesos particulares de una región y una época determinada por encima del
resto de grupos humanos que también han pasado por estos procesos. Esto,
directamente relacionado con la imposición de un patrón de poder específico, en
este caso eurocéntrico, ha servido para posicionar como referente de “cultura
universal” los modos de relacionamiento construidos por determinadas culturas
dominantes, es decir, aquellas que en determinados momentos históricos,
inicialmente regionales, posteriormente globales, instalaron aquel patrón de
poder dominante. En estos casos, pero sobre todo a partir del siglo XVI con la
globalización de la dominación colonial, se esencializó la cultura desde el
poder como dominación y se impuso como referente de vida en las poblaciones
dominadas.
Posteriormente,
en las últimas décadas del siglo XX, se introdujo la comprensión de la cultura
en plural, como “culturas”, pero no se introdujo ninguna transformación
fundamental, al contrario, fue nada más un modo de manipulación de la
posibilidad de existencia de la diferencia cultural. Fue solamente un intento
de visibilización de las otras culturas, aquellas que no tienen el privilegio
de detentar el poder político; en este caso podría pensarse que el hecho de
nombrar a las culturas en plural es ya una apertura importante, precisamente
porque pluraliza y rompe con la homogenización cultural.
Sin
embargo, en este caso, se trata de una concepción eminentemente culturalista
que mantiene los contenidos universales de “cultura” y desde estos se desplaza
hacia otras culturas consolidando su inferiorización. En este caso estas otras
culturas subsumen sus prácticas a decisiones políticas liberales y, con sus
variantes en todo el mundo, a la lógica instrumental de la racionalidad
económica capitalista. Y, además de subsumir sus prácticas, sufren el
vaciamiento epistémico de sus contenidos y con esto la transformación de sus
representaciones culturales para que sean reemplazadas por las de la cultura
dominante. De este modo la racionalidad moderna manipula residuos de prácticas
culturales no modernas, se apropia de ellas, las descontextualiza, las exotiza
para que puedan ser vendidas en el mercado capitalista de mercancías. En ambos casos,
en singular o en plural, se trata de la subsunción a una forma de vida, es
decir a una cultura, impuesta por el patrón global de poder dominante desde un
proyecto civilizatorio hegemónico. La diferencia es que en el modo singular se
invisibiliza a las otras culturas y en el modo plural se las hace visibles pero
se las instrumentaliza.
En
ambos casos es el proyecto civilizatorio de la modernidad occidental
capitalista el que está orientando estos procesos complejos, en los que
intervienen las academias en la producción teórica, los gobiernos en la
factibilidad de legislaciones y ejecución de políticas y el mercado capitalista
en la transformación de prácticas culturales en mercancías. Éste es el actual
estado de realidad en relación a lo que se conoce como “cultura”, en nuestro
país, en nuestro continente y en nuestro planeta. En este contexto, la
insurgencia festiva (por ejemplo el conflicto Anata vs. Carnaval en Oruro),
como práctica cultural, nos está proporcionando posibilidades de comprensión distinta del campo cultural y esto está sucediendo
mientras la “ingenuidad” de algún Ministro se empeña en transformar lo festivo
en mercancía. Es decir, la dinámica
festiva y los conflictos producidos al interior de esta dinámica nos han ubicando
en un lugar epistémico a partir del
cual hemos podido detectar aquellas posibilidades distintas de comprensión de “la cultura”, en este caso como dinámica intercultural.
La
posibilidad de comprender la dinámica
intercultural de un modo distinto,
es decir, no como culturas en plural y tampoco como “la cultura”, en singular;
sino más bien como culturas en conflicto, al mismo tiempo de ser una
posibilidad de apertura, requiere el despliegue de varios procesos
complementarios. La construcción de estos procesos es parte de la apertura
sugerida y con esto se abre también la posibilidad de trascender hacia otra
concepción, en este caso ya no de cultura o culturas, más bien como dinámicas
de interculturalidad, en las que el conflicto y las contradicciones son parte
vital para su despliegue y para las nuevas construcciones. Es decir, se trata
de transitar de los conceptos abstractos de cultura que no delimitan ningún
conflicto, hacia la comprensión de la realidad desde los conflictos
interculturales. Esto significa comprender los movimientos de las culturas del
modo más aproximado posible a cómo se presentan en la realidad, o sea, como
resultado de posicionamientos e intenciones políticas y centrándonos en los
movimientos que se generan. Tarea nada fácil, pero muy necesaria, que ninguna
estructura de poder que se diga revolucionaria debería desestimar.
Los
procesos humanos siempre han estado sujetos a encuentros, influencias externas
y transformaciones. Actualmente esto se da con mucho más énfasis, las creencias
y los valores, los territorios y las lenguas, las cosmovisiones y las formas de
familia, entre otros elementos culturales, se manifiestan en continuo conflicto
y contradicción y están sometidos a influencias e imposiciones de orden
político. Es por ello que nos parece fundamental orientar los esfuerzos a la
comprensión de la dinámica intercultural
y no así de “la cultura”, que se queda flotando en la teoría, detenida,
mientras la realidad continúa en su dinámica de conflictos y contradicciones. Pensamos
que a partir de este primer paso se puede ir construyendo la posibilidad de
comprensión de estos procesos de conflicto y dinámica intercultural.
Esta
comprensión de las culturas, en conflicto intercultural, ayuda a “dibujar” un
mapa mucho más cercano a lo que está pasando en Bolivia y en otros países
también. Si bien este tipo de comprensión es un problema de partida de aquel
anteproyecto, es obvio que los técnicos del Ministerio de Culturas, absortos
por la gestión urgente, no están preocupados por la producción categorial y el
análisis teórico-epistémico. Esto por una parte; por otra, es bastante obvio
que existen muy pocos espacios y personas en las instancias de gobierno que
conciben la descolonización como un proceso de de-construcción de la analítica de
la modernidad eurocéntrica. Es decir, que piensen que la transformación de las
categorías de análisis que utilizamos para nombrar nuestra realidad y
relacionarnos con ella es parte de la superación del problema colonial.
Por
lo anterior nos inclinamos a pensar que éstas son las razones por las que
aquellos técnicos, que desarrollan la gestión política, siguen pensando que la
cultura se preserva y se conserva. Porque sólo desde ésta lógica
instrumentalizada hacia el mercado de consumo, se puede orientar las prácticas
culturales para su mercantilización, para que sean vendidas como mercancías en
el mercado global del turismo, dispositivo creado en el siglo XIX en Europa
para comercializar la cultura. Además la folklorización y la patrimonialización,
logros de la gestión estatal actual, se suman como dispositivos de
fetichización de las prácticas culturales a estos procesos que, actualmente,
siguen siendo respaldados por las legislaciones en América Latina.
En
Bolivia el actual “Anteproyecto de ley marco de culturas”, a pesar de esfuerzos
de colectivos grupos y organizaciones que despliegan prácticas artísticas y
reproducen representaciones culturales, articulados a partir de Telartes, que
agotaron intentos de varios años por abrir algunos boquetes a la gestión
cultural tradicional, liderada por el Estado y cooptada por el mercado
capitalista de consumo de prácticas culturales, tampoco marcará la diferencia.
Porque, como dijimos en líneas anteriores, la construcción de procesos de
transformación tiene que ver con aperturas y con posibilidades de trascender hacia
otras concepciones, por ejemplo transitar del uso de la categoría “cultura” y
tener la osadía de proponer una “ley de interculturalidades”,
que tenga como fundamento la noción de dinámicas
de interculturalidad. Pero para ello es fundamental que la gente que hace
gestión política en el país habite la realidad de este siglo XXI.
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