Publicado el 25 de Octubre de 2015 en "La Ramona" de Opinión

En los últimos días hemos sido
testigos de un nuevo ataque a las prácticas festivas de la población boliviana.
Como siempre, desde los círculos de poder del Estado o desde el poder de los
medios, se ataca, se denigra, se inferioriza y se demoniza lo ajeno, lo que no
se quiere reconocer como parte del común, lo que molesta e incomoda a la
ceguera del poder. Así fue en el siglo XVI, en el XIX y en el XX, en dictadura,
en democracia y así sigue siendo ahora.
Sucede que cuando estamos
constituidos con una mentalidad colonial, desde nuestra enajenación, desde la
conciencia escindida de nuestras propias prácticas, desde nuestra racionalidad
obtusa, producto del vaciamiento epistémico colonial, opinamos sin conocer el
sentido de lo festivo en los Andes. Porque éste sentido, profundo, que orienta
y ordena la producción y reproducción de la vida de la comunidad, la naturaleza
y los seres sobrenaturales, si bien todavía se reproduce, sobreviviente, desde
algunas conciencias en la insurgencia festiva desparramada por todo el
territorio, también ha sido y está siendo vaciado desde diferentes frentes.
En los siglos XVI, XVII y XVIII
fue la Extirpación de Idolatrías la que, como política colonial, se ocupó de
eliminar muchas prácticas y transformar otras; lo mismo hizo con las
representaciones, muchas fueron anuladas y otras se modificaron. A partir del
siglo XVI todas las ceremonias y rituales locales empezaron a denominarse
Idolatrías. Cualquier proceso que no era cristiano era denominado de aquel modo
y adquiría automáticamente un estatus demonizado. De aquellas prácticas muy
pocas sobrevivieron la arremetida colonial y las que lo hicieron tuvieron que
camuflarse, “enquistarse” en otras. Los rituales agrícolas, la mayoría como
fiestas patronales, son algunas; también la Diablada de principios del siglo XX,
es otro ejemplo de este proceso.
Pero en el siglo XIX la República
moderna llegó con todo y junto con ella llegó el folklore y la folklorización,
para continuar con el vaciamiento de contenidos iniciado por la Extirpación de
Idolatrías. Fue así que, aquel universo idolátrico condenado, inferiorizado y
demonizado, empezó a denominarse de otro modo. La necesidad de identidad de las
nuevas naciones modernas inventó el folklore, que no es otra cosa que la
descontextualización histórica, política y cultural de las prácticas de los
pueblos no occidentales.
Este proceso, la folklorización,
fue desarrollado con mucho éxito en el siglo XX y así como la insurgencia de
las Panteras negras en Estados Unidos fue bombardeada con droga, la insurgencia
festiva recibió el ataque de las transnacionales de la cerveza y de algunas
otras marcas de aguardiente. Las nuevas generaciones ignorantes de la historia,
presas de su tiempo, pero sobre todo en desconocimiento del sentido festivo,
reproducen el consumismo de todo lo que se les cruza en su camino.
Por esta ruptura colonial las y los
jóvenes consumen la Entrada Folklórica sin conocer que es lo que hay más allá
de ésta; de este modo no alcanzan a conocer ni el proceso, ni el sentido
festivo. Son cuadras y cuadras de consumidores de la fiesta que se hacen parte
de la “Entrada alcohólica”, mientras unas cuantas familias posibilitan el ciclo
festivo anual, que todavía, para éstas, es parte del ciclo de producción y
reproducción de la vida.
Pero culpar a las “entradas
alcohólicas” de los feminicidios, de la violencia intrafamiliar, implica culpar
también a éstas del Estado patriarcal en el que vivimos y de la sociedad patriarcal
de la que somos parte. Pero esto es nada más y nada menos que, como lo dijimos
una racionalidad colonial obtusa e ignorante, desviar nuestra propia
mediocridad e ignorancia, hacia lo primero que se nos pasa por la nariz, es
como culpar a la mujer con minifalda de su violación. Ya nos dice la sabiduría
popular “el ciego le echa la culpa al empedrado”.
Por ello, no nos debe extrañar
que así como existen “Entradas Alcohólicas” invadidas por jóvenes sin historia,
también existan “senadores folklóricos”, vaciados de contenido y
descontextualizados, histórica, política y culturalmente. Por suerte ya sabemos
lo que es tener un gringo de Presidente del Senado, ya lo tuvimos en otros
tiempos y así le fue; aquel era un gringo liberal, éste es un gringo
folklórico, al final son lo mismo, ambos completamente descontextualizados de
lo que pasa en Bolivia y con la mentalidad colonizada en grado extremo.
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