¿Cuál es el sentido de que algo
sea nuestro? Cuando uno nace todo lo que nos rodea aparece como nuestro, pero
esto cambia cuando crecemos y aprendemos nuestra cultura y desde ésta sabemos
que no todo es nuestro. Actualmente para los ayoreos, por ejemplo, todo lo que
es producto de la naturaleza no tiene dueño, es de todos y se
lo utiliza en función de las necesidades, se comen los plátanos cuando se tiene
hambre y si no se la tiene se los deja para los que la tengan; para ellos es
inconcebible que haya personas que se apropian de los plátanos y los vendan en
los mercados.
La subjetividad Moderna, y al
mismo tiempo Colonial, ha transformado muchas cosas y ha separado la realidad
entre sujetos y objetos, entre personas que piensan y cosas, que no tienen esa
atribución. Con la producción de la racionalidad de medio-fin los sujetos, las “personas
que piensan”, se han transformado en propietarios y los objetos en cosas
apropiadas por los propietarios y más aún, aquellos propietarios (no nos
olvidemos que son las personas que piensan) tienen la posibilidad de
transformarse en vendedores a diferencia de los compradores (aquellas personas
que no piensan) y que adquieren con el producto de su trabajo asalariado todo
lo que pueden comprar y sobre todo en estos meses en los que un viejo gordo
vestido de rojo “obliga” a hacerlo. Aunque esta racionalidad ha penetrado casi
todos los espacios de la vida, hay algunos en los que no está presente. Se puede
comprar sexo pero no amor, se puede comprar servicios y bienes suntuarios pero
no felicidad, se puede comprar “diversión” pero no alegría, se puede comprar espectáculos
pero nunca el éxtasis festivo.
Porque lo que es de uno es lo que
uno tiene y lo vive y se relaciona con ello todos los días, uno puede dejar de
tener casa, pero nunca dejará de tener familia. Entonces la cosa, el objeto, no
es tan importante, aunque sí es bueno tener una casa para vivir con la familia,
pero si hay familia, una cueva, un árbol o el espacio bajo el puente también
sirven. Lo que aparece como importante es el modo cómo yo me relaciono con los
hechos, los procesos o con las cosas. Por ejemplo, mi ciudad, aquel hecho
urbanístico material, la vivo como mía, por eso la cuido, no boto la basura donde
sea y cuestiono a los que lo hacen y cuando no la siento tan mía, no me
interesa ni la basura que yo boto en la calle ni la que otros botan.
Por eso si yo vivo una práctica
festiva como mía, es porque me la he apropiado creciendo y siendo parte de ella,
la conozco, la vivo y nadie tiene que contarme su historia, porque es parte de
mi corporalidad recibida de mis padres y de mis abuelos, que la recibieron de
los abuelos de sus abuelos, etc. y de mi barrio, de mis calles. No la conozco
por las especulaciones de “expertos”, la reproduzco y también la comparto. Por
eso cuando algunos componentes de una práctica festiva, en este caso la fiesta
patronal en homenaje a la Virgen del Socavón que además reproduce prácticas
rituales andinas, mal llamada “Carnaval”, se empiezan a reproducir, a mediados
del siglo XX en La Paz, luego en Cochabamba, luego en otras ciudades de
Bolivia, luego en ciudades de otros países, actualmente en Europa y otros
continentes ¿Será que me están robando lo que es mío? ¿Será que me están
robando eso que yo siento, esa alegría, ese éxtasis
festivo?
Pues yo no siento eso cuando veo
diabladas, morenadas y otras danzas en otros lugares, lo que si veo es que aquella
alegría y aquel éxtasis festivo que se vive en Oruro es distinto en todas
partes y eso no me produce ni me provoca un sentido de propiedad, porque
siempre que puedo vuelvo a Oruro a bailar, tocar y vivir el éxtasis festivo y
no me provoca bailar diablada o tocar tarqa en la Tirana, La Paz, Puno, Buenos
Aires o Estocolmo, porque lo que pasa en esas ciudades no es lo mío.
Entonces cuando queremos que,
desde algún lugar en el que no se sabe nada de lo que pasa en Oruro, se
reconozca que nosotros somos dueños de la “diablada”, y otras danzas, ¿cuál será
el sentido? ¿Qué estará pasando en nuestra subjetividad? ¿Será que no nos sentimos tan “dueños”? ¿Será que tenemos miedo de
que en algún tiempo eso ya no sea nuestro? Si eso es así, entonces ¿por qué más
bien no nos ocupamos de hacerlo nuestro realmente? en todas las prácticas que
significan y hacen a aquellas danzas y no solamente en el momento que nos sacan
la foto para el “feis” y después a seguir consumiendo de las industrias
culturales impuestas por las corporaciones transnacionales.
Sería bueno que si tanto nos
afecta lo que pasa con nuestras actividades festivas se tomen cartas en el
asunto de manera estructural y no sólo coyunturalmente. Desde los años setenta
en los que “Presencia” y otros periódicos de La Paz publicaban fotos de la festividad
de Oruro para hacer propaganda de la Entrada paceña, hasta ahora que Puno recurre
a los dueños del patrón global de poder para legitimar su fiesta patronal, de
manera intermitente y coyuntural he visto a mucha gente, cual niño que hace un
berrinche porque el otro niño, el vecino, coge su juguete y es en ese momento
que el juguete es de él, mientras no lo coge, no importa, ni siquiera existe.
Ahora no sólo somos los orureños los berrinchudos, ahora somos los bolivianos. Pero
la figura sigue siendo la misma, de forma repetitiva: porque la mis Perú, porque
el ballet de chile, porque Viña, etc. y en lo cotidiano ¿cómo vivimos lo
festivo? En lo cotidiano, ni siquiera existe, como el juguete del niño.
Entonces ¿Cómo será que me estoy relacionando con aquello que considero mío?
Parecería que lo festivo tiene
que ver más con coyunturas específicas y por eso tiene relación con todo menos
con lo cultural. Con lo social, en términos de protagonismo social, por eso me
peleo, para salir primero en la foto; con lo económico en términos de negocio y
ganancia, por eso me peleo para no tener competencia comercial y llevarme la
mejor parte de la torta; con lo político, como posibilidad de ganar conciencias
y con esto incrementar los votos, por eso me peleo, para legitimar mi sueño de poder ¿y
con lo cultural? Si lo cultural es sobre todo compartir ¿Qué tiene que ver con la producción y la reproducción de cada
segundo de mi vida? ¿Cómo me relaciono con lo que considero mío?
Aquí sólo hago un apunte. Si lo
festivo se relaciona con lo cultural y si la educación se relaciona con lo
cultural, entonces preocuparnos por lo festivo debería ser preocuparnos por lo
educativo y ahí habría que preguntarnos ¿Qué de lo educativo en el kínder, en la
primaria, en la secundaria y en la universidad prioriza lo festivo? Sabemos que
como “folklore” (esto quiere decir degradado) está en las horas cívicas y en
las entradas estudiantiles y universitarias. Pero nos preguntamos ¿Dónde está
lo festivo como historia? ¿Dónde está lo festivo como justicias social? ¿Dónde está cómo fundamento filosófico de una
racionalidad que no es ni moderna ni colonial ni capitalista? ¿Dónde está como
posibilidad productora y reproductora de la vida? Las respuestas a estas
preguntas tienen que ver con política, economía, tecnología, procesos sociales, justicia, construcción de conocimiento,
etc. que tanta falta nos hacen como país.
Todo esto es lo festivo y así se
lo vive en las comunidades rurales, pero esto no interesa al hijito de papá que
se va por tres días a pasarla bomba al “Carnaval” en Oruro, o a los “gestores”
que de uno o de otro modo instrumentalizan lo festivo para sus propios beneficios,
o al político que asiste al “Carnaval” como parte del proselitismo institucionalizado,
esto ya pasaba en la época neoliberal cuando todos los candidatos a presidente
fueron pasantes de varios de los conjuntos en Oruro.
Por todo lo expresado y también
indignado por lo que está pasando, pero en mi caso por lo que está pasando en
nuestras consciencias, sugiero dejar de pelearnos por lo que no es nuestro,
dejar de pedir legitimidad a círculos de poder que no tienen idea de lo que es
lo nuestro y más bien, si tenemos alguna remota idea de qué es lo nuestro,
apropiémoslo, cultivémoslo, reproduzcámoslo, revitalicémoslo y disfrutémoslo
cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo de nuestras vidas. Esto quiere
decir reaprendamos la manera en la que nos relacionamos con aquello que
consideramos nuestro y así nadie tendrá que decirnos qué es y qué no es lo
nuestro.
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